Por Daniel Medina
En una entrevista, Marente de Moor se manifiesta en contra de las tramas. Al igual que la cineasta salteña Lucrecia Martel, la novelista holandesa cree que los artefactos narrativos pueden ser mucho más que contar una historia en la que el lector o espectador solo quiere saber qué va a pasar después.
“Muchas veces me olvido de las tramas de libros y películas, pero los climas que generan perduran en mí, así sean incómodos o agradables. Tiene que haber un tono que me vuelva a absorber inmediatamente apenas lo recuerdo, como esos sueños que no son fáciles de relatar pero tienen una sustancia inolvidable que permanece debajo de la piel todo el día, aunque no se pueda explicar por qué”, dijo Marente de Moor.
Esta frase es fundamental para adentrarse en “Los Grandes Sonidos”, la novela que llega al castellano gracias a Añosluz editora.
Por supuesto que hay una trama: Nadja es una zoóloga que vive en un bosque en Rusia con su marido, bastante mayor que ella, también científico. Viven alejados todo (son los últimos pobladores de un lugar abandonado). Luchan, cada día, contra el olvido, la soledad, la vejez y la locura.
Aunque, como se verá, esto dice poco. No dice, por ejemplo, que el lector se verá sumergido en un desconcierto desde el primer capítulo: ¿Esta es una historia fantástica? ¿Post-apocalíptica? Quizá esas preguntas se dirimen más adelante, aunque dejan una respuesta aún más inquietante: estamos ante un realismo que nos mantiene en el desconcierto, en parte porque la narradora es poco confiable o tiene una relación extraña con la realidad; y por otra parte porque a cualquier argentino la realidad rusa le puede parecer inverosímil, cuando no pesadillesca (la misma narradora dice esto sobre Rusia: “Mi generación fue desplazada de un país a otro sin moverse de lugar; de una era a la otra, de una mentira a la otra”).
Para dejar la trama en un segundo plano, Marente de Moor trabaja sobre capas sensoriales. Mientras la narrativa norteamericana -hoy imperante- hace hincapié solo en lo visual (show, not tell) la narradora paraliza la acción dejando que otros sentidos contaminen los sucesos: la audición y el olfato son fundamentales. “De todos los sentidos, la audición es el que más lugar le deja a la reflexión, es el sentido que impulsa la imaginación. Desafortunadamente, cuando mejor funciona es cuando los otros sentidos se mantienen perfil bajo. Hace falta un silencio profundo. Eso no es fácil de conseguir en este mundo visual, pero yo lo encontré mientras escribía el libro, y espero que el público lector también lo encuentre y pueda disfrutarlo”, dijo.
Otra forma en que se rompe la hegemonía de la trama, es con la destrucción de la linealidad del relato: A Nadja, los recuerdos no le vienen en orden, vienen y van, algunos se presentan pero prefiere espantarlos, como a un animal salvaje.
Además, las descripciones visuales no son objetivas: están transidas por reflexiones, como por ejemplo esto que dice Nadja sobre su esposo:
“Visto de atrás, Lev, con su ancha espalda cubierta por la bata, todavía muestra pocas señales de vejez, pero de frente se ve que su superioridad ha desaparecido. Ese lugar no ha sido ocupado por sabiduría ni resignación, como te prometen cuando sos joven…. Cuando se pone de pie se mueve con la cautela de alguien inseguro. Quiere que yo le dé una respuesta, pero callo, porque no fue bajo esas condiciones que nos casamos. Me había prometido explicarme todo. Él iba a ayudar a mí, no al revés”.
En un momento de la novela, Nadja dice: “es una historia triste, pero las historias tristes también hay que contarlas. Con todo lujo de detalles y en todas las versiones imaginables”. Marente de Moor hace precisamente eso en Los Grandes Sonidos: nos cuenta una historia, no precisamente triste (o no solamente triste), que puede ser tanto una radiografía social, como el espectáculo doloroso de una cordura que se resquebraja.