el presidente alberto fernandez


Cómo era previsible, no había nada que festejar. El fin de año transcurrió apenas con el deseo de dejar atrás el 2021. Mientras en otros países que padecieron con mayor crudeza el paso del coronavirus, las calles se vistieron con luces de todos los colores y los ciudadanos encontraron motivos colectivos para celebrar, en la Argentina sólo se caía en la cuenta de la llegada de la Navidad y del Año Nuevo por las tradicionales salutaciones y deseos, la organización de las reuniones familiares buscando el menú menos caro y alguna imagen esporádica de Papa Noel. Pero no hubo clima festivo.

El verano y la sensación de final de pandemia junto con el espíritu de quienes pueden vacacionar maquillan la crisis. Pero la calle refleja el impacto de los índices de pobreza, desocupación –y del empleo en negro-, y la inflación, en cada cuadra. No es necesaria estadística alguna para graficar lo que muchos observan: el furor de la venta de ropa usada que va desde puntos de compra/venta en el Conurbano bonaerense y en la Ciudad hasta la multiplicación del timbreo para pedir “algo de ropa”. O el crecimiento geométrico de cartoneros que desfilan uno tras otro por los contenedores de residuos. Ni hablar del sector de la clase media que aún no cayó en la pobreza que que vio pauperizar su consumo aferrándose a las segundas marcas y a las compras en los mercados mayoristas para recortar gastos básicos.

Es real que en 2021 el crecimiento de la economía de más del 10% logró recuperar la caída que sufrió en el 2020. Pero lo hizo sobre una inflación de casi el 50%, que había sido del 36% en el año en que se desató la pandemia. ¿Es igual crecer con una inflación altísima que sin ella? Es por esa razón que la suba de precios impidió que el rebote de la actividad económica se tradujera en un mejoramiento en la calidad de vida o de los sectores productivos. ¿Realmente es negocio para el Gobierno bajar la inflación, o es una manera encubierta de recaudar más y ajustar? 

Parafraseando a Byung-Chul Han en su libro “No-cosas”, “nuestra obsesión no son ya las cosas, sino la información y los datos. Ahora producimos y consumimos más información que cosas”. Ese fenómeno global provoca aquí, por ejemplo, que las elecciones legislativas y su resultado muy favorable a la oposición se perciban demasiado lejanos y hayan sido fagocitados por otros hechos que van en sentido contrario. Como la aprobación en la provincia de Buenos Aires para que intendentes, concejales, que no podían ser reelectos en 2023 ahora sí puedan; los mismos que bloquearon esa posibilidad –o de la misma fuerza política, Juntos por el Cambio- terminaron dando marcha atrás.

Lo cierto es que el verdadero resultado electoral que deberían sopesar en la Casa Rosada en relación a los comicios de noviembre no fue una ventaja de 8 puntos de la oposición sobre el peronismo unido o la derrota del Frente de Todos en su principal bastión, la provincia de Buenos Aires. La catástrofe electoral fue que tras la mitad del mandato de la dupla Alberto Fernández-Cristina Kirchner, 7 de cada 10 argentinos rechaza su gestión.

De los siete presidentes elegidos por el voto popular tras el retorno a la democracia, tres de ellos recibieron la desaprobación de la sociedad tras los dos primeros años de gobierno y perdieron las primeras elecciones legislativas que afrontaron. Fernando de la Rúa en 2001 con una derrota de casi 16 puntos de diferencia a favor del PJ que luego derivó en la crisis de 2001; Cristina Kirchner en 2009, que cayó por algo menos de un punto ante una oposición dividida en la que prevaleció el centroizquierda Acuerdo Cívico y Social; y Alberto Fernández-Cristina Kirchner junto a Sergio Massa en 2021, frente a Juntos por el Cambio que sacó una ventaja de poco más de 8 puntos.

En el Gobierno hay coincidencia en que más allá del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional este tiene que ser un año diferente para Alberto Fernández con la principal preocupación puesta en los precios y la inflación, y la necesidad de que baje. “La pelota la tiene el oficialismo. Hoy podemos recuperar alguna capacidad de diálogo con la gente y el desafío es cómo recrear expectativa”, se entusiasma un funcionario.

El aumento de los contagios no surge como una preocupación en las conversaciones del gabinete ni con los gobernadores e intendentes.

No obstante, la interna es parte del problema del oficialismo. Porque no está de ninguna manera saldada pese a que hay quienes juran que la interlocución entre Alberto y Cristina ha mejorado mucho y que la discusión por la integración del gabinete, que implosionó después de las PASO, “está saldada y es un año en el que no debería haber grandes conflictos”.

“Alberto está más tranquilo y confiado, y tiene la llave para constituirse en el candidato a reelegir en 2023. Y los gobernadores coinciden en que puede ir por la reelección, asegura un ministro. Obviamente esto entusiasma al albertismo que nació el 14 de noviembre, pero no a La Cámpora ni al Instituto Patria.

La voz de Cristina Kirchner en el gabinete nacional, Eduardo “Wado” de Pedro, ha dicho a Clarín que no es tiempo de especular sobre candidaturas ni acerca de las elecciones del 2023. También considera que los medios tienen “un poder de daño o de boicot de los acuerdos importantes”. Tal vez por eso, dejó de lado cualquier contradicción, y los utilizó para renunciar después de las PASO y, por orden de Cristina, y así presionar al Presidente para que haga cambios en su gabinete.

Pero pese a esa férrea convicción sobre los medios, en el último tiempo De Pedro ha levantado considerablemente su perfil en las redes sociales con su respectiva difusión mediática. Es prácticamente imposible que el funcionario realice esos movimientos sin un pedido explícito de Cristina. ¿Será para contrarrestar la ilusión reeleccionista de Alberto o de Juan Manzur?

El nuevo protagonismo del ministro del Interior coincide, además, con una lectura fina que se viene replicando en los despachos de la Casa Rosada: “Alberto sigue siendo el que más mide en el Frente de Todos”

Ante eso, quedó prácticamente sepultada la posibilidad de un proyecto presidencial cristinista en torno a la figura de Axel Kicillof o del propio Máximo Kirchner. Hoy por hoy, a Cristina tampoco le alcanza con el peso específico de su figura para decidir postularse en 2023 y no tiene un candidato de su riñón. Salvo que quiera apostar todo a Sergio Massa.

Por eso no es ilógico que la vicepresidenta haga salir al ruedo a otros dirigentes como De Pedro, marcándoles un libreto ideológico más de centro, para medirlos; o que desde el cristinismo hagan trascender, aunque él mismo después lo niegue, que Wado de Pedro puede ser uno de los candidatos. Por ahora, una demostración más de debilidad que de fortaleza.

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