En Salta se cumplió un mes de un suceso de película: dos civiles redujeron a un acosador que intentó secuestrar a una niña en pleno centro de la ciudad. La niña da aviso a las autoridades escolares, que hacen caso omiso a la advertencia. Filmaciones in fraganti, forcejeo, persecución, múltiples testigos; la madre de la niña actúa antes que la policía, un joven es arrastrado por el acosador, un taxista logra alcanzarlo y lo reduce. Pero esto es apenas la primera escena de una película con final incierto. Sucede que el acosador es un comisario inspector retirado, con antecedentes gravísimos, la renombrada camioneta de vidrios polarizados (señalada en casos similares) es un coche de alta gama vinculada a un domicilio aislado, de bloques y chapas donde no reside el propietario. ¿Aguantadero? El silencio es sepulcral. Por el contrario, el Estado no solo actuó con nimio profesionalismo sino que no acompaña ni asesora debidamente a la víctima y a su entorno; además el fiscal de Estado solicitó un cambio de caratula para quitar las intenciones sexuales (cuando existen registros del acosador espiando a las niñas mientras miraba pornografía). A mí me suena a una de esas películas sobre un país tercermundista donde no existe la justicia ni las garantías civiles y donde las personas de la calle son reos de un aparato Estatal cómplice o autor de las fechorías que tocan lo más íntimo de nuestras fibras: nuestros hijos. Este caso finalmente podría desnudar una importante red de trata, en cambio los ciudadanos experimentamos abandono y debemos apelar a los medios de comunicación y al poder social. Porque el Estado está presente y operando, para mal. Seguramente hay más gente proba y valiente que los cobardes delincuentes, en ellos esperamos y a ellos nos unimos. Entre muchos actores podemos darle un final feliz a esto y decir “y ahora las niñas pueden caminar en paz”.
Diego Ezequiel Amante
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