Ni una, ni dos, ni tres. Fueron diez las veces que Alberto Fernández nombró a Milagro Sala en una férrea defensa que trazó para intentar despejar dudas puertas adentro del Frente de Todos, en medio de una creciente tensión por su vínculo con el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, al que un sector del kirchnerismo responsabiliza directamente por la detención de la líder de la Tupac Amaru. Con la necesidad de cuidar al máximo el vínculo con el presidente de la UCR por su influencia en la oposición para encauzar las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, el Presidente sabe que al mismo tiempo debe equilibrar las señales para no pagar costos en su tropa.
Aunque no tuvo el impacto que hubiera querido, porque sus declaraciones sobre el mal funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia, con ese propósito Fernández planteó la entrevista que este lunes concedió a AM 750. A diferencia de lo que ocurrió durante los dos primeros años de su gestión, cuando concedía notas por simple afinidad con el interlocutor de turno, cada aparición del jefe de Estado desde que asumió la portavoz Gabriela Cerruti tiene un objetivo en materia de comunicación.
En este caso, además de cruzar al Alto Tribunal y subirse a la convocatoria K para hacer una marcha de protesta contra los cortesanos, el jefe de Estado buscó apagar el ruido interno que generó en los últimos días su diálogo aceitado con Morales.
No es novedad la buena sintonía entre ambos. En efecto, el jujeño fue uno de los dirigentes opositores que más frecuentemente se alineó con la estrategia de la Casa Rosada durante la pandemia. Pero la exposición pública que ganó el respaldo del gobernador a la reunión de la semana pasada, en la que el ministro de Economía, Martín Guzmán, dio detalles de cómo marcha el acuerdo con el FMI, y las diferencias públicas que quedaron expuestas con el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, por su decisión de no enviar ningún representante, volvió a poner en el centro de la escena la «sociedad» política vinculada a la gestión. Y, en consecuencia, afloró en el kirchnerismo duro el resabio por la detención de Sala, quien hace seis años permanece detenida y cuya condena fue apelada y debe revisar la Corte Suprema.
Milagro Sala con Oscar Parrilli, uno de los K duro que la defienden.
Fernández, dicen cerca suyo, no suele prestarle demasiada atención a los filosos dardos que suelen propinarle dirigentes considerados «marginales» de la coalición. En esa lista, según el momento, suelen anotar al piquetero Luis D’Elía, la ex embajadora Alicia Castro y la economista Fernanda Vallejos. Pero esta vez decidió anticiparse a que el reclamo trascendiera a otros sectores de la tropa.
«Quiero aclarar que se ha escrito mucho sobre mis diálogos con Morales, pero en realidad hay que recordar que Morales tomó esta decisión y esta postura sin hablar conmigo, porque si no pareciera que hubo una negociación que no existió. Y es sabida mi posición sobre el tema Milagro Sala», se diferenció Fernández, al mostrar su «preocupación» por «la forma en que los procesos se llevaron adelante». «Que esté detenida significa que hay algo que está funcionando mal», agregó en lo que fue una rotunda defensa de la dirigente K.
No fue una frase al pasar del jefe de Estado. Tanto es así que en Casa Rosada, entre sus funcionarios más cercanos se lamentaban que el tema había quedado eclipsado por la nueva andanada contra la Corte. «Marcó claras diferencias con Morales, como se lo dice respetuosamente a él cada vez que habla, y volvió a decir que Milagro tiene que estar libre», remarcaron.
A esa línea se plegó el diputado nacional Eduardo Valdés. un dirigente de extrema confianza de Fernández, quien consideró «una vergüenza» que Sala lleve detenida seis años.
Por ahora, la presión que ejerce la Rosada por la situación de Sala no ha erosionado el vínculo con Morales. Coincidencia ó no, casi en simultáneo el jujeño hizo un guiño hacia el interior de Juntos por el Cambio con una foto de paz con Rodríguez Larreta.
Gerardo Morales y Horacio Rodríguez Larreta en un encuentro esta semana.
Con todo, la movida confirma el giro que desde hace unos meses comenzó a realizar Alberto F. respecto a la situación de Sala. Si bien, como suele recordar, visitó a la líder de la Tupac en la cárcel mucho antes de que se concretara su reencuentro con Cristina Kirchner, cuando todavía militaba en el Frente Renovador de Sergio Massa, desde que asumió el poder en diciembre de 2019 Fernández había rechazado la calificación de «presa política» que imponían los K y prefería enmarcar el caso entre otras «detenciones arbitrarias» que habían ocurrido durante el gobierno de Mauricio Macri. Incluso, especialmente en los primeros meses de gestión, los funcionarios albertistas tenían como misión marcar esa diferencia. «No fue detenida sin proceso», aclaraban. Eran tiempos donde se buscaba cultivar el perfil moderado del Presidente.
Pero la presión interna de a poco fue ganando la pulseada y, en medio de las críticas al funcionamiento de la Justicia, Fernández endureció su discurso en torno al tema y el mes pasado, al revelar una charla que después Sala desmintió públicamente, le prometió que estaba «siempre al lado de los injustamente presos”. Hoy, en el Gobierno ya nadie maquilla la postura del Presidente.