Tildar de “milagrosa” a la situación social, política y económica a que hemos llegado, como descarada y pomposamente la llamara el flamante Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, abruma la razón. No sabemos si tomarlo como una cargada o como un insulto a nuestra incapacidad para resolver nuestros problemas. Si es lo primero, pensemos buenamente que alguien le vendió un buzón. Y si fuese lo segundo, su flamante Premio Nobel que fuere, no le da autoridad para hurgarnos en la herida. Nuestros problemas son ya endémicos y los sucesivos genios que alcanzan la cima del Poder, llegan con antorchas apagadas. Seguimos en la cueva de la frustración, cada vez con menos luz. Y más angustias. Sí que necesitamos de un milagro. Roguemos por él.
Darío Albornoz
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