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Vacaciones: Tres casos de cuando el viaje sale mal

7 meses ago
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Viajo, luego existo

Sea por visionario, suertudo o un pacto con el destino, a los 29, Mauro Pulia ya es capaz de escribir un best seller recopilatorio con sus vivencias viajeras. Las buenas le dejan una sonrisa y otras, aprendizajes sobre el valor de la destreza y las oportunidades.

A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

El gesto quedó flotando al detectar su furia. “Para que sepas, lo de ayer no te pasó por probar el pez globo, sino por borracha”, vociferó Agustina.

Viajo, luego existo

Sea por visionario, suertudo o un pacto con el destino, a los 29, Mauro Pulia ya es capaz de escribir un best seller recopilatorio con sus vivencias viajeras. Las buenas le dejan una sonrisa y otras, aprendizajes sobre el valor de la destreza y las oportunidades.

A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

El gesto quedó flotando al detectar su furia. “Para que sepas, lo de ayer no te pasó por probar el pez globo, sino por borracha”, vociferó Agustina.

Viajo, luego existo

Sea por visionario, suertudo o un pacto con el destino, a los 29, Mauro Pulia ya es capaz de escribir un best seller recopilatorio con sus vivencias viajeras. Las buenas le dejan una sonrisa y otras, aprendizajes sobre el valor de la destreza y las oportunidades.

A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

El gesto quedó flotando al detectar su furia. “Para que sepas, lo de ayer no te pasó por probar el pez globo, sino por borracha”, vociferó Agustina.

Viajo, luego existo

Sea por visionario, suertudo o un pacto con el destino, a los 29, Mauro Pulia ya es capaz de escribir un best seller recopilatorio con sus vivencias viajeras. Las buenas le dejan una sonrisa y otras, aprendizajes sobre el valor de la destreza y las oportunidades.

A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

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A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

El gesto quedó flotando al detectar su furia. “Para que sepas, lo de ayer no te pasó por probar el pez globo, sino por borracha”, vociferó Agustina.

Viajo, luego existo

Sea por visionario, suertudo o un pacto con el destino, a los 29, Mauro Pulia ya es capaz de escribir un best seller recopilatorio con sus vivencias viajeras. Las buenas le dejan una sonrisa y otras, aprendizajes sobre el valor de la destreza y las oportunidades.

A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

El gesto quedó flotando al detectar su furia. “Para que sepas, lo de ayer no te pasó por probar el pez globo, sino por borracha”, vociferó Agustina.

Viajo, luego existo

Sea por visionario, suertudo o un pacto con el destino, a los 29, Mauro Pulia ya es capaz de escribir un best seller recopilatorio con sus vivencias viajeras. Las buenas le dejan una sonrisa y otras, aprendizajes sobre el valor de la destreza y las oportunidades.

A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

El gesto quedó flotando al detectar su furia. “Para que sepas, lo de ayer no te pasó por probar el pez globo, sino por borracha”, vociferó Agustina.

Viajo, luego existo

Sea por visionario, suertudo o un pacto con el destino, a los 29, Mauro Pulia ya es capaz de escribir un best seller recopilatorio con sus vivencias viajeras. Las buenas le dejan una sonrisa y otras, aprendizajes sobre el valor de la destreza y las oportunidades.

A su memoria llega la bitácora para llegar al Mundial de 2018 y el día en que por unos instantes se imaginó en una cárcel de Dubai. La ciudad era una escala necesaria para llegar a Moscú. “Cuando pasé el bolso por los detectores, me indicaron que vaya a un cuartito. Revisaron lo que traía y sacaron una botella”, dice.

– ¿Marihuana?

– No, ahí tengo yerba mate. Es algo criollo, cultural, argentino; como el dulce de leche, el tango… Gardel.

Ni el dígalo con mímica sirvió para aclarar las dudas sobre la peculiar infusión. Para salir airoso, Mauro necesitaba ayuda y su rescate llegó literalmente de la mano de Dios. “Mmm, ¿Maradona?”, intentó.

El milagro llegó. “La secuencia era parecida a las películas, con un tipo bueno, otro malo y un tercero atento a los hechos. Cuando este último escuchó el apellido del 10 me contestó ‘el pibe de oro, Diego Armando’. Resulta que sí sabía hablar español y la referencia hizo que dieran un giro completo en su trato al punto de sacarnos fotos y abrazarnos”, agradece el entrenador de fútbol.

Un avión después, su estadía en Rusia le brindó unas cuantas joyas extras. Entre ellas, vender discos de Natalia Oreiro (a U$S 11) y gorros tejidos por su abuela (U$S 30) en la Plaza Roja. “Allá son fanáticos de la actriz y conocí a una chica que me dio hospedaje por cuatro días a raíz de una confusión. Ella entendió que era primo de Natalia Oreiro y le seguí la corriente”, confiesa el profesor de natación.

A la lista de hechos insólitos (y dichosos) aparece además -en Río 2016- mirar un partido de básquetbol, entre nuestra selección y Estados Unidos, al lado del ex boxeador Floyd Mayweather. Lo peculiar: pese a la falta de entradas, logró ingresar luego de pagarle 400 reales a una persona no vidente para acompañarla.

Por lo pronto, el futuro le pertenece a Qatar 2022. “Tengo claro que pagaré exceso de equipaje porque planeo viajar con un disfraz de camello y una bandera dedicada a Messi”, proyecta.

No soy una pervertida

Con una relación a la distancia bajo el brazo y tras dos años sin verse, por fin María Emilia Vera iba a reencontrarse con su novio, Francisco. La idea era viajar hasta Francia (país donde él residía) y aprovechar las vacaciones compartidas para visitar Ámsterdam.

El plan romántico resultó casi perfecto de no ser por un pequeño infortunio. “En aquel entonces (2016) París aún se mantenía alerta por los atentados que habían ocurrido el año anterior. Por lo tanto la seguridad en el aeropuerto era súper rigurosa”, resalta.

Al llegar su turno de sortear los controles, el escáner del equipaje emitió una alarma. Automáticamente el personal aeroportuario la condujo a un rincón e inició una seguidilla de preguntas. “Apenas sabía un par de palabras en francés y ellos interpretaron que estaba nerviosa porque ocultaba algo. Al ver que colocaron mi equipaje de mano en una cabina especial directamente me paralicé”, confiesa.

Al abrirlo, la tos incómoda del guardia rompió cualquier formalidad. Encima de la ropa había un juego de esposas, un látigo, mordaza y dos juguetes sexuales. “Para saldar tanta ausencia tenía planeado sorprender a mi pareja con algunos juegos eróticos. Por ese motivo había comprado un kit de BDSM y disfraces, todo iba en esa valija pequeña para evitar papelones”, lamenta la psicóloga.

Aunque su cara se había pintado de lava, el análisis de los “objetos sospechosos” no concluyó con tanta facilidad. “Al parecer la máquina emitió una alerta por el tipo de batería que tenían los sex toys y su material acuoso. Lo más lamentable fue presenciar como los dos productos fueron metidos en un sobre hermético e incautados”, evoca.

Ni bien la liberaron, un segundo guardia metió la lencería en la maleta y se la entregó de mala gana. “Fui escoltada hasta la salida y recién me dejaron en paz cuando Francisco llegó. Con un gesto irónico, el oficial le comentó algo y desapareció”, detalla.

– Ese hombre acaba de decirme que sos una pervertida.

– ¡No es cierto!

La muerte tiene forma de pez

Del último tramo de la época prepandemia, Celeste Martín recuerda dos cosas: la alegría que sintió al recibirse y el viaje que hizo junto a su hermana, Agustina, para visitar a dos amigos en Tokio (Japón).

Tras la recibida, mientras el resto deambula por enormes templos, ella prefirió hacer un city tour guiado. “Caminé 45 minutos de acá para allá hasta que me acerqué al guía para consultarle en que tramo del trayecto estábamos. Cuando él volteó descubrí que no era la misma persona con la que subí al colectivo. Por despistada había estado siguiendo a un montón de extraños”, rememora.

Automáticamente llamó a su familiar y para no seguir moviéndome decidió entrar al bar más cercano. “Estuve ahí alrededor de tres horas probando algunas bebidas y tragos tradicionales hasta que me rescataron. A esa altura ya estaba exhausta, sin embargo, el resto quería ir a cenar”, relata la veterinaria.

Para finalizar la jornada el menú fue un pescado transparente y servido en delgadas láminas. El sabor era tan rico que comió dos porciones completas.

A mitad de la comida Celeste empezó a sentirme mal del estómago y mareada; al punto de ver borroso. “El local estaba lleno de extranjeros y, en la mesa del lado, justo escuché a una pareja hablar sobre protocolos de envenenamiento”, acota.

“¿Por qué dicen eso?”, les preguntó a sus conocidos. Como respuesta obtuvo puro silencio. Aquello que acababan de disfrutar era fugu: un pez globo que, en estado natural, posee en su interior un veneno más potente que el cianuro. De tocar las partes equivocadas para extraerlo, el consumo del animal resulta mortal.

“Hice oídos sordos a cualquier explicación razonable que pudieran darme y me puse como loca a googlear el tema. Estaba completamente aterrorizada y era imposible calmarme porque los síntomas se volvían el doble de intensos. Además, pese a seguir tomando líquido, tampoco desaparecía el amargor de mi boca”, prosigue la tucumana.

Debido al ataque de ansiedad, no aguantó más y buscó escapar al baño para vomitar. “Al intentar pararme, tropecé y caí al piso. Fue una locura, las manos y piernas apenas me respondían y comencé a llorar. Echada, gritaba a pleno pulmón que no deseaba morirme intoxicada y que llamaran a un doctor”, agrega.

La escena concluyó con sus conocidos cargándola en brazos hasta un taxi y un bache en la memoria hasta el día siguiente. “Desperté en nuestro hotel y, confundida, lo primero que hice fue soltar en voz alta ‘sigo viva’”, confiesa.

El gesto quedó flotando al detectar su furia. “Para que sepas, lo de ayer no te pasó por probar el pez globo, sino por borracha”, vociferó Agustina.

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