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Nada que festejar. Esta vez no hubo lugar para aplausos, ni abrazos ni expresiones de alegría o de celebración. Lo mismo se vio en la residencia presidencial de Olivos, en los despachos de la Casa Rosada, y en la intimidad del ministro de Economía Martín Guzmán con su equipo. La sensación, más que nada, era de alivio y de una serena satisfacción. Pero comienza una etapa en la que una misión del FMI empezará a auscultar cuánta basura se escondió debajo de la alfombra durante un 2021 de campaña electoral y frenético clientelismo.

“Es el alivio de las grandes cuentas pero también tiene que llegar a las cuentas de la gente. El Presidente desarmó una de las bombas de tiempo más importantes que teníamos. Ahora esta recuperación tiene que empezar a sentirse, a palparse”, interpreta el ministro de Obra Pública, Gabriel Katopodis.

¿Es el entendimiento con el Fondo Monetario una solución para la inflación, la caída del poder adquisitivo, la pobreza, el cepo, la inmensidad de los planes sociales o la economía informal? No. Todos, oficialistas y opositores, coinciden en que se trata de una hoja de ruta que hay que cumplir y que entrar en el default con el que coquetearon hasta último momento los adeptos de Cristina Kirchner –por orden de la vicepresidenta- hubiera generado una situación caótica porque el Gobierno no tenía reservas ni espaldas.

De hecho, con el acuerdo anunciado y lo que significa, Argentina sigue teniendo un tipo de cambio largamente sobre los $200 y el anuncio fue recibido bien por los mercados, pero no hubo euforia. Nada que festejar.

En la Casa Rosada esgrimen que el alcanzado, “es el mejor acuerdo posible” para el contexto que vive la Argentina. Obviamente consideran que se evitó el default y se da certidumbre; que permite seguir creciendo y generar empleos. Ponen como ejemplo a la obra pública. En 2018 se fueron apagando casi todas las obras por el achicamiento del déficit y de 300 en marcha, el 70% estaban paralizadas por falta de pago de los certificados. Hoy hay en carpeta 3500 obras y con el acuerdo se generó el horizonte para un plan de obras grandes que necesitaban financiamiento como la represa Chihuido en Neuquén, un nuevo puente Chaco-Corrientes, nuevos acueductos en todas las provincias por la escasez de agua, etc. De todas maneras, si el nivel de subsidios energéticos y de planes sociales sigue en aumento, ningún plan de obra pública será suficiente.

Alberto Fernández busca despejar con el entendimiento un panorama de incertidumbre. Pero, ¿quién sigue alimentando un clima de desasosiego? Cristina Kirchner. Lo hace cuando no se pronuncia en respaldo de un entendimiento con el FMI, siendo ella la vicepresidenta y parte fundamental del Gobierno; pero también lo venía haciendo cuando desde Tegucigalpa, Honduras, construyó un discurso contra Estados Unidos y el Fondo, en el que pareció descubrir el flagelo que provoca el narcotráfico. Sin embargo, durante los 12 años de kirchnerismo y los dos de su actual gestión, poco hizo con el manejo de todo el Estado en sus manos para erradicar ese delito. Basta que alguna de estas noches deje la tranquilidad de su piso en Recoleta y recorra el Conurbano bonaerense o Rosario, para constatar el resultado de décadas de gobernantes, como ella, que miran hacia otro lado.

Los más benévolos en el albertismo sostienen que las diferencias con Cristina en torno a la negociación con el FMI ayudan; los menos pacientes argumentan que Alberto supo contener los reclamos de Cristina y compañía –“fue todo un ejercicio de peronismo”, dicen- , porque si fuera por el Instituto Patria el país estaría en default; creen que ahora el desafío será contener a todos, en función de una mejor gestión.

El dilema opositor

Lo que para el albertismo suma y es productivo, para la oposición es más complejo. Nadie en Juntos por el Cambio se anima a manifestar que apoyará la carta de intención en el Congreso, porque hay muchos reparos acerca del contenido de la letra chica. El primero de ellos, si el cristinismo o el ala dura del Frente de Todos lo respaldará. “Si no tienen garantizado la aprobación de Cristina y Máximo Kirchner, es decir, los que mandan en el Senado y en Diputados, arrancan muy mal”, asegura un legislador.


Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta Foto GCBA

Lo llamativo es que el entendimiento con el organismo multilateral de crédito unió al sector duro y moderado del PRO detrás del mismo razonamiento. Tanto Horacio Rodríguez Larreta como Patricia Bullrich, al analizar con sus equipos y en la Mesa Nacional los alcances del acuerdo, ponen serias dudas en que el Gobierno de Alberto y Cristina cumplan las metas fiscales, comenzando por la primera de 2,5 para el 2022. De ahí que la pregunta que más se replica es cómo harán el ajuste.

«Hay que bajar 0.5, sin gasto por Covid y creciendo más del 4%, la meta es razonablemente cumplible», contra ataca un ministro del gabinete nacional. 

La épica del acuerdo habla de la gesta de haberlo conseguido sin ajuste. Pero el ajuste no es un anuncio de recorte de salarios, de despido de empleados públicos, de supresión de partidas presupuestarias o reducción de los Ministerios. Ajuste es haber tenido en 2021 una inflación del 36% en cuarentena, y de 50,9% en 2022, porque eso es un ajuste salarial encubierto, que padecen todos. O más conocido como una caída del poder adquisitivo. Y si la proyección de la suba de precios es de otros 50 puntos para este año, y encima el Gobierno se está comprometiendo a reducir el gasto, salvo que aumente los ingresos de manera exponencial, el ajuste será mayor.

En la sede de Uspallata, donde tiene su oficina Rodríguez Larreta, tienen serias dudas que el Gobierno cumpla con el entendimiento, sobre todo, porque no es claro cómo van a bajar el déficit. Ni hablar –acota un radical- de que se recompongan las exportaciones y aumenten las reservas cuando Guzmán ya advirtió que no habrá cambios en las políticas cambiarias. También Bullrich asegura a sus colaboradores que el apoyo de JxC en el Congreso dependerá de si el oficialismo “hace su parte o maquillan todo”. Pero mantienen en análisis la posibilidad de incumplimiento porque consideran que Cristina Kirchner no se va a inmolar por un acuerdo con el Fondo si en algún momento observa que está perdiendo la elección en 2023.

“El problema es que el Gobierno aún tiene que tomar muchas medidas para cumplir ese acuerdo, medidas que no están trabajadas todavía y no queda claro cuando se empiecen a detallar que hará la otra mitad del Frente”, plantea un economista opositor. Ahí residen las mayores dudas, con la reacción de la vicepresidenta. ¿Se hará cargo y respaldará la gestión aunque haya cierto rechazo social contra alguna medida que avance en un ajuste? O sucederá como durante la pandemia, en la que la cara visible de la cuarentena y de los anuncios de restricciones era Alberto Fernández, mientras Cristina prefería el silencio y ausentarse, no se involucraba en la estrategia sanitaria y tampoco pagaba costos políticos?

La oposición ve por ahora un sendero fiscal intenso en el primer año, un poco más laxo en el segundo y después en 2024 vuelve a ser más fuerte. Por eso hay quienes creen que si la próxima administración es de Juntos por el Cambio, habrá que sentarse a negociar nuevamente con el Fondo.

En el Congreso, un sector ya adelanta que tratará de obtener algo a cambio de un eventual apoyo al entendimiento. Por ejemplo, el compromiso de no emitir a partir del 2024, que JxC podría reclamar hacerlo dentro de una reforma monetaria e incluirlo en una ley.

“Es un acuerdo razonable que está implicando un ajuste más allá que el gobierno lo niega” aseguran en el radicalismo, pero no creen que desde la oposición haya que interferir tanto «porque quedará claro que la responsabilidad es del gobierno”.

Quienes se ocupan de pensar la estrategia opositora, observan que mientras el oficialismo intenta armonizar una posición común detrás del acuerdo, JxC debe apuntar a la inflación, porque no hay acuerdo ni estabilidad posible con una suba de precios del 50%. “Mientras ellos se ocupan de la interna y ruegan que Cristina no salga a decir nada en contra del acuerdo, nosotros nos tenemos que ocupar en cuánto sube la carne el lunes, sintetizan.

Más allá del eufemismo, la inflación se torna en el verdadero Talón de Aquiles de cualquier acuerdo con el Fondo.

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