“Siempre quise tener una gran familia”, cuenta Christy Baxter. Oriunda de Valdosta, en Georgia (Estados Unidos), la mujer que hoy tiene 37 años se casó con Sean en 2004 y al poco tiempo comenzaron a buscar su deseado bebé. Pasaron un año de fallidos intentos hasta que un médico les indicó el doloroso diagnóstico: síndrome de ovario poliquístico. Sin embargo, eso no los detuvo.
Su historia de amor había comenzado cuando estaban en la universidad. “Me acuerdo que me tomé un descanso mientras estaba escribiendo un trabajo. En ese momento se usaban mucho las salas de chat. Y justo cuando estaba saliendo de una sala cuando Sean escribió una gran pregunta. ‘¿Qué está pasando aquí?’. En broma respondí: ‘No mucho, ¡sal mientras puedas!’. Al instante, me envió un mensaje privado”.
“Charlamos durante unas horas, pero luego me llamó por teléfono. Esta llamada telefónica duró un total de 15 horas y, al final, Sean me dijo que tenía la intención de casarse conmigo. Para ser honesto, ¡yo también estaba bastante enamorada de él!”, añadió la mujer que todavía no sabía el problema que tendría que enfrentar esa relación: la distancia.
Christy Baxter: “Siempre quise tener una gran familia”.
“Yo vivía en Georgia y él vivía en Abbostsford, Canadá. Más de 4.000 kilómetros se interponían entre nosotros, pero ambos sabíamos que teníamos que encontrar una forma de unirnos. En 9 meses, fui a visitarlo varias veces y me propuso matrimonio en la playa”, recordó Christy..
El plan era terminar la universidad y mudarse a Canadá, pero la pasión pudo más: “Durante mi última visita, dijo que no había forma de que pudiera separarse de mí nuevamente. Entonces, tiré mi pasaje de avión. Alquilamos una camioneta, arrojamos nuestras pocas pertenencias en el baúl, cargamos al perro y al gato y nos dirigimos a Georgia. Nos casamos en el juzgado local solo unas semanas después”.
El sueño de la gran familia
Ella se imaginaba replicando la familia en la que creció (“Tengo ocho hermanos y hermanas”), pero después de un año de búsqueda sin soluciones fueron a la consulta con un especialista. La situación era más compleja de lo que pensaban.
“Decidimos buscar un médico especialista en fertilidad. Me hicieron una prueba tras otra en mi cuerpo, solo para descubrir que tenía síndrome de ovario poliquístico (SOP). Después de investigar este terrible diagnóstico, muchas cosas comenzaron a tener sentido. Ahora entendía por qué estaba luchando con el peso, por qué mi cabello se caía a mechones y por qué mi cuerpo se negaba a ovular cada mes”.
El sueño de la maternidad fue cada vez más difícil.
“Probamos varios tratamientos homeopáticos y de venta libre. Ni siquiera puedo empezar a enumerar todos los suplementos y vitaminas que puse en mi cuerpo. Ninguna de estas cosas funcionó y comenzaba a sentirme abrumadoramente deprimida. Finalmente, Sean y yo decidimos tomarnos un descanso para poder concentrarme en terminar mis estudios”.
La adopción, una nueva ilusión
“Un día, mientras trabajaba en la biblioteca, encontré un video llamado ‘Wednesday’s Child’ y me emocioné hasta las lágrimas”, recordó la mujer. Era la historia de un niño de 9 años, llamado Joshua, que buscaba una familia que lo adoptara. Ella sintió que ese pequeño tenía que ser su hijo.
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“Inmediatamente llamé a mi esposo y le dije que encontré un niño pequeño que quería adoptar. Vi ese video docenas de veces, y cada vez me enamoraba más y más de Joshua. Comenzamos el proceso de aprobación para la adopción, pero cuando terminamos el proceso, Joshua ya no estaba. Todavía me pregunto qué le pasó, y realmente espero que haya encontrado una familia increíble”.
Christy se volcó a la adopción, pero aún quería vivir el embarazo.
Para ella fue una terrible decepción, que la dejó golpeada anímicamente: “Mi esposo y yo habíamos estado tan seguros de que íbamos a traer a Joshua a casa, que ya habíamos preparado su dormitorio con un tema deportivo (porque eso es lo que le gustaba según su video). Pasé semanas pasando el rato en ese dormitorio, deprimida y llorando”.
“Lloré sin parar, y me convertí en un desastre. Me enojé conmigo y con Dios. No entendía por qué no podía tener lo único que había querido desde que era solo una niña que jugaba a las muñecas. ¿Por qué se rompió mi cuerpo? ¿Por qué no pude tener un hijo? ¿Por qué no podía llevar a casa a Joshua?”
Para salir de la crisis decidieron convertirse en una familia de tránsito, que tendría niños en su casa hasta que llegara una familia adoptiva definitiva. “A lo largo de todas estas transiciones agridulces, tuvimos la suerte de desarrollar relaciones con muchos de los padres biológicos y seguimos en contacto con varios de nuestros bebés adoptivos anteriores”.
“A lo largo de todas estas transiciones agridulces, tuvimos la suerte de desarrollar relaciones con muchos de los padres biológicos”.
Aproximadamente un año después se animaron a dar el salto. Primero llegaron un niño de 4 años (Hunter) y una niña de 5 (Alexia). Fuimos a conocerlos a una pequeña pizzería y nos enamoramos al instante. Seis meses después, los hicimos oficialmente parte de nuestra familia.
Al poco tiempo llegaron a la familia Jacob (tenía 7 años), Cassadie (4), Michael (3) y la pequeñita Anna, que tenía solo 2. “Pasamos de (una familia de) dos a ser ocho en dos años”.
Pero Christy todavía quería pasar por ese momento único para cualquier mujer. No quería perderse el embarazo, el parto y todas las etapas de un nacimiento. Y así, en 2014 decidieron realizar un tratamiento de fertilidad para buscar a su séptimo hijo.
Cambió de médico, de tratamiento, el dinero de la familia se escurría.
“Estaba utilizando una medicina de fertilidad llamada Femara”, contó. Pero el tiempo pasaba a toda velocidad y la respuesta de los test de embarazo seguían siendo un deprimente “Negativo”. Cambió de médico, de tratamiento, el dinero de la familia se escurría y la pareja debía volver a empezar su lucha cada unas cuantas semanas.
Sin presupuesto para buscar una fertilización asistida, Christy volvió a su primer médico y tuvo una charla franca. “Al finalizar me miró con compasión y me dijo: ‘Está bien, andá a casa y llevate tu Femara. Luego, divertite. Veamos qué pasa’. Yo sonreí cuando salí de la oficina ese día y seguí todas sus instrucciones”.
Era su último intento, ya no iba a haber otra opción, así que cuando pasaron las dos semanas de espera necesarias para saber si el tratamiento había tenido éxito ella estaba aterrada. “Tenía tanto miedo que no quería hacerme la prueba”. De pronto, en medio de la noche la ansiedad le ganó. Se levantó, fue al baño y abrió el test.
“Tenía tanto miedo que no quería hacerme la prueba”.
“Sostuve la prueba en mi mano. Lentamente, deslicé mi mano y ahí estaba. Por primera vez, en casi diez años de intentarlo, estaba embarazada. Lloré. Me senté durante casi media hora, tratando de evitar hiperventilar”. Luego, literalmente salí corriendo del baño, salté en el aire y volé sobre la cama. Ambos lloramos y nos abrazamos hasta que no pudimos llorar más.
“Finalmente funcionó”, recuerda hoy, todavía conmovida por su historia.
Fue una niña. Decidieron ponerle Kinsley de nombre y actualmente tiene ocho años. “Para nosotros, ella es perfecta“.
La pequeña Kinsley tiene hoy 4 años.
“Cuando comenzó nuestro viaje de infertilidad, no sabía a dónde nos dirigíamos. Todo lo que puedo decir es que ella valió la pena la espera. Valió la pena la espera, el dolor y el miedo”.
