Qué difícil es decir la verdad dentro de un sistema social infiltrado por la corrupción, el autoritarismo, la irresponsabilidad, el abuso de poder, el corporativismo y sus adeptos y la idealización patológica del dinero y el “poder” como valores supremos.
En un sistema social de estas características, donde reinan las leyes mafiosas, la violencia quiere imponerse a la razón. Acercarse a la verdad es peligroso.
La Rusia de Putin es un ejemplo vivo y trágico de este tipo de sistema increíblemente presente en el siglo 21.
Con enormes esfuerzos, sangre, sudor y lágrimas derramadas más de una vez y trágicamente en la Segunda Guerra Mundial, el mundo cuyos pilares están basados en la democracia es sorprendido por una pesadilla. La Democracia, con su esencia afirmada en la Ilustración, defensora a ultranza de la razón, la ciencia, el progreso y el humanismo es conmovida hasta su entrañas por alguien que apoyado en su mente alucinada apunta sus cañones delirantes y reales contra Ucrania y el mundo libre.
Con enormes esfuerzos los seres humanos estamos intentando vivir en sociedades abiertas. Los enemigos de esta forma democrática, inteligente y crítica, o sea los corruptos, autoritarios, delirantes, irresponsables y mafiosos, tratan de oponerse amenazando la libertad y el bienestar de los ciudadanos.
Para los enemigos de una sociedad abierta, el fin justifica los medios. En la idea autoritaria de que el fin justifica los medios, el “fin” tiene como base un “delirio”, o sea un estado patológico grave.
Sociedad, familia e individuo conforman una trama indisoluble. Aquellos que crían, dirigen, guían, o lideran tienen la responsabilidad y la obligación moral de estar lo suficientemente sanos en cuerpo y mente para realizar las tareas que han decidido llevar a cabo.
En esa trama indisoluble de individuo, familia y sociedad, la salud o la enfermedad mental en cualquiera de los sistemas influye poderosamente en los otros.
Las personas que por diversos motivos en un momento de su historia tienen poder, léase madre, padre, líderes, maestros, gobernantes, jueces, etc., deben tener la suficiente salud mental para poder lograr individuos, familias y sociedades que encuentren sentido a la vida y puedan disfrutar de ella más allá de las lógicas dificultades y sinsabores que debemos atravesar por el hecho de estar vivos.
Un sistema mentalmente saludable permite y estimula a sus miembros a crecer, a tener cada vez más capacidad de juicio crítico y sobre todo estimula el reconocimiento de la existencia de los otros, sus semejantes, y que esos semejantes no son objetos descartables.
Putin ha decidido, como Stalin o Hitler, que sus semejantes son absolutamente descartables ya que no son semejantes. Putin se considera perteneciente a la clase de seres únicos y superiores. Nunca consideraría “semejante” a un ser humano considerado por él débil e inferior por pensar diferente. Por lo tanto, se siente con el derecho a usarlos o eliminarlos. Sentado en su trono de Zar con sus ancestrales deseos rusos de ser herederos del Imperio Romano C-zar, Caesar, se siente con el poder y el derecho del Cesar o quizás mejor de Calígula sobre la vida o la muerte de los inferiores.
Todo el que piense diferente y se oponga a sus deseos puede ser bombardeado, aplastado, envenenado y Putin hasta parece convencido a cruzar el río Rubicon, que significaba para la Ley romana de ese entonces algo prohibido para un general y su ejército. Para Putin la Ley es su Ley que esta fuera de la Leyes de la Democracia. Así viven en Rusia y son educados desde niños bajo estas leyes que atentan y envenenan la Razón. Es todo un sistema transmisor de locura, donde la realidad es desplazada por un delirio.
Mundo idealizado donde el afán de dar realidad a un mundo alucinado, “falsea el juicio”. O sea ese afán enloquece.
Se trata, escuchando a estudiosos de Putin, de justificar su intrínseca maldad, frialdad y falta absoluta de empatía, por su sufrida niñez. Seguramente esto influyó fuertemente pero no da derechos a hacer recaer sobre el prójimo dolores infinitamente superiores a lo sufrido. Este grave síntoma es una muestra de la gravedad de la enfermedad.
Dentro de esta patología narcisista ninguna crítica es aceptada. No solamente no es aceptada sino que produce furia. Furia narcisista que es de las peores.
Puede ocultarse detrás de un rostro imperturbable de jugador de póker, pero el disfraz esconde un odio devastador que tarde o temprano va a hacer sentir su poder destructivo. Los opositores se encarcelan, se envían a Siberia, o se envenenan o bombardean. Los mafiosos aliados se enriquecen a límites incalculables y hoy miramos con cierta ingenuidad y asombro la magnitud de la corrupción.
La ingenuidad es una debilidad de la democracia. Como es un sistema abierto permite la entrada de los enemigos íntimos de la democracia.
¿Por qué confiar en los que odian la democracia? Alemania, líder europeo, país hoy altamente democrático y toda Europa confiaban ingenuamente en Rusia y su gasoducto y poder hacer negocios con otro país al que consideraban razonable. De pronto se tienen que enfrentar con la explosión de irracionalidad del gran Putin. Es como las historias de algunos asesinos seriales que eran conocidos por sus vecinos como buenas y tranquilas personas; hombres o mujeres con familia, hijos, trabajo y relaciones sociales que aparentaban normalidad. Y de pronto se descubre la horrorosa realidad oculta bajo una máscara de normalidad.
Estos casos son más difíciles de detectar que personajes como Hitler, Mussolini Stalin o Putin. Sabemos muy bien como son y sin embargo importantes masas de seres humanos son capaces de adorarlos. Siempre se encuentran buenas razones para justificar esa extraña adoración.
Pero la verdad es que la condición humana cae fácilmente en el seductor canto de la Sirena que estos líderes psicopáticos entonan muy bien. Debemos como Ulises atarnos al mástil de nuestro barco y taparnos los oídos y escuchar solamente el canto de la realidad que nunca es tan suave y prometedora.
Como bien pensaba Churchill no se puede dialogar con Hitler; no podemos dialogar desde la razón con la irracionalidad de los delirantes. Es una ingenuidad. Los paranoicos tienen convicciones inamovibles. Y los fundamentalistas también.
Quizás si dejamos de ser los demócratas ingenuos y nos apoyemos más en la desconfianza basada en la realidad que nos señala Churchill podamos evitar que la historia se repita, frenar a Putin y evitar encontrarnos en el futuro con émulos de estos siniestros personajes.
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