Buenos Aires, Varsovia, Roma, Madrid, Praga, Londres, Estocolmo y Varsovia otra vez. Esos son solo algunos de los destinos que el vuelo humanitario a cargo de Enrique Piñeyro proyectó recorrer en menos de una semana llevando refugiados de una Ucrania asediada por las tropas rusas de Vladimir Putin a otras capitales europeas en busca de una nueva vida.
Pero todo puede cambiar en apenas minutos. Lo imprevisible es lo normal, porque hay guerra. Pero no son los misiles los que complican el rescate de las personas que huyen de las bombas, sino las trabas burocráticas (siempre inesperadas) de un continente convulsionado por los estertores del conflicto bélico que ya lleva 28 días.
A eso se suma la ansiedad y desesperación de los que buscan subirse al avión que los aleje lo más posible de eso a lo que hasta hace pocos días llamaban hogar.
Varsovia, Roma, Madrid, Praga, Londres, Estocolmo y Varsovia otra vez. Alguna de las ciudades que tocan los vuelos Foto Sergio Araujo / Enviado Clarín
El vuelo humanitario que partió la madrugada del domingo desde Ezeiza a Varsovia a cargo del piloto, médico y cineasta ya trasladó a más de 400 refugiados ucranianos. En tan solo 48 horas, el Boeing 787 P4787 realizó dos tramos distintos desde Varsovia a Roma llevando refugiados.
Tras un primer vuelo sin inconvenientes de ningún tipo, el segundo sufrió un sospechoso imprevisto cuando estaba por aterrizar en Varsovia y tuvo que desviarse a Praga de manera repentina. “Un funcionario polaco se levantó mal, se habrá peleado con la mujer”, bromeó Piñeyro para aflojar tensiones luego de estar volando una hora en círculos esperando una autorización para aterrizar.
El equipo de Solidaire -junto con la ayuda de la ONG catalana Open Arms- puso su avión a disposición para cambiarles la vida a miles de ucranianos que escaparon de la guerra y que actualmente se encuentran en el centro de exposiciones más grande de Polonia. Y lo que a priori se presentaba como un ida y vuelta de Roma a Varsovia fluido, se convirtió en un berenjenal cuyas dimensiones por ahora desconocidas.
Es que dado al brutal contexto, la logística de llevar refugiados de un país al otro es tan complejo que el itinerario de viaje de Solidarie tuvo que sufrir varias modificaciones a medida que avanzaban las horas. A esas dificultades propias del entorno se le sumó otra incluso más tediosa: los papeles y las exigencias que cada país le demanda tanto a la tripulación como al propio avión humanitario.
El propio Enrique Piñeyro confesó que desde el imprevisto que sufrió su nave ayer cuando estaba iniciando el descenso a la ciudad de Varsovia comenzaron a saltar alertas en los aeropuertos: tanto al comandante como a los refugiados que lo acompañan les exigen de pronto permisos que hasta hace unas horas no necesitaban.
Esta semana el vuelvo que salió de Ezeiza ya rescató a 400 refugiados ucranianos. Foto Sergio Araujo / Enviado Clarín
“Los controles tienen que ver con los papeles que les están exigiendo a los refugiados. Se intensificaron las inspecciones para evitar que haya inconvenientes e incluso tráfico de personas. Son medidas gubernamentales que están bien intencionadas pero mal ejecutadas”, le aseguró a Clarín el piloto.
El propósito de ellos sigue siendo el mismo: sacar del centro de refugiados a todos los ucranianos que sea posible.
Incluso, desde las oficinas gubernamentales de Londres se comunicaron con el propio Piñeyro para solicitarle que lleve refugiados ucranianos allá. Mientras se escribe esta nota hay intensas conversaciones con las autoridades del Ministerio de Transporte de Varsovia para permitir que el vuelo humanitario -del que también forma parte Clarín– pueda aterrizar en óptimas condiciones y que el trámite para los refugiados sea lo más ligero posible.
La idea de Piñeyro es realizar un vuelo desde Madrid a Varsovia en las próximas horas para luego llevar refugiados a Estocolmo, Suecia, donde cientos de ucranianos tendrán la posibilidad de empezar de cero.
La intención está; falta la colaboración y la predisposición de los gobiernos.
Las emociones de los vuelos que huyen de la guerra
El avión humanitario está por despegar.Un pequinés que acompaña a un nene y su madre ucraniana comienza a llorar desconsoladamente, como si el perro fuera el encargado de manifestar las emociones de todos los que lo rodean.
Junto a él viajan decenas de familias que tuvieron que escapar de la guerra de un día para el otro. Su dueña lo abraza e intenta contenerlo para que no estrese a sus compatriotas, los otros pasajeros, pero ella también llora.
Las emociones en el vuelo afloran entre la angustia y la apacibilidad de salir del centro de refugiados y comenzar una nueva vida, lejos de la tragedia. Pero también hay una realidad y es que todos ellos son víctimas directas de la guerra que inició Putin hace más de tres semanas.
Algunas madres aprovechan para conversar entre ellas sobre su situación y entre mapas y teléfonos celulares se muestran en qué ciudad de Italia van a vivir. El destino (o Putin) así lo quiso.
Los vuelos llevan muchos niños que fueron rescatados de la guerra juntos a sus madres. Foto Sergio Araujo / Enviado Clarín
Las mascotas y los peluches de los niños y niñas a bordo son fundamentales para intentar contenerles la angustia. Ellos aprovechan para distraerse. Algunos lloran, otros ríen y otros observan por la ventana del avión perplejos. Afuera hace frío y sus padres están luchando para resistir la maldad de los rusos. Algunos viven, otros ya no.
Ellos fueron los primeros testigos de este corredor humanitario aéreo que les dará a miles de ucranianos la posibilidad de pausar momentáneamente su vida, la que dejaron atrás en Ucrania, y encontrar algo de calma en Italia. Las casi dos horas de vuelo que separan a Varsovia de Roma son una eternidad para quienes huyen.
En medio, los problemas que pueden surgir en todo viaje, con la excepcionalidad de que este es para huir de la guerra, de las bombas, de una invasión que solo pronostica terror y muerte. Pero Piñeyro tiene experiencia en este tipo de peripecias humanas.
En 2021 y en plena pandemia del coronavirus, el piloto comandó otro vuelo humanitario a cargo de su ONG cuando llevó varias toneladas de alimento a Mozambique, poco tiempo después de que ese país declarara la crisis alimentaria.
En aquel entonces el gobierno africano intentó cobrarle una suma de 25.000 dólares por esas “importaciones”. Gravamen impositivo para algunos, intento de coima para otros. Por fortuna, Piñeyro pudo destrabar el conflicto sin poner un dólar y hacerle llegar esa enorme cantidad de comida a los mozambiqueños.
Hoy intenta hacer lo mismo, pero pilotando vuelos con refugiados que buscar un nuevo mañana.