Con el humo de los incendios de Irpin como nuevo elemento presente en las calles de Kiev (humo tóxico, que obliga a tener las ventanas cerradas), en la capital ucraniana fueron recibidas con mesura las noticias provenientes de la cumbre de Bruselas. Ocurre que el sentimiento que impera entre los habitantes de esta ciudad es de cierto escepticismo sobre el tipo de apoyo que la OTAN pueda hacer a esta nación asediada.
Descreen de la tibieza de los líderes de Occidente y dan por asumido que el involucramiento será siempre relativo.
Los ucranianos quieren armas. Están convencidos de que ese sería el aporte real para contrarrestar el avance de Putin. Necesitan armas. Es el tiempo de máximo esfuerzo de las tropas locales. Están dejando el alma, sobre todo en los frentes de batalla abiertos al norte de la capital. Pero saben que el tiempo apremia. Empezarán a cansarse y necesitarán más potencia para contrarrestar cada nueva avanzada que decidan los rusos.
Los habitantes de Kiev conocen la situación y nadie discute al Zelenski de hoy. Si el de antes de la guerra, era un hombre cuestionado con una popularidad que perforaba el 30%, el hombre que ahora le habla al mundo no tiene oposición y todos, al menos en Kiev, aplauden lo que dice.
Kiev, Ucrania. Un edifcio atacado por un misil en el distrito Obolon. Foto Francisco Argerich Hoffmann / Enviado Clarín
El pedido
Este jueves, el presidente volvió a ser concreto: “Es mucho mejor dar a Ucrania ahora el armamento necesita que buscar armas para otros países más tarde. Nos referimos a Georgia, Moldavia, los Estados Bálticos, Polonia y Asia Central. Cuanto antes Ucrania obtenga armas, antes habrá paz en Europa del Este. Esto es en nuestro mejor interés. Esto es en vuestro mejor interés. Esto redunda en interés de todas las democracias porque las democracias deben ser capaces de defenderse”
Y agregó: “La libertad debe estar armada. La vida debe vencer a la muerte. Exactamente con estas palabras me he dirigido a los representantes del “G7”, hablando de los horrores que el invasor está causando en Ucrania”.
Kiev después del toque de queda. Foto Francisco Argerich Hoffmann / Enviado Clarín
Es lo mismo que recoge la calle, que esta tarde hacía un esfuerzo por retomar un ritmo. En las zonas más seguras de Kiev, cierta actividad de locales de comida y mercadillos abiertos hacía un esfuerzo por imponerse como si la guerra ya no existiera. Pero pasaba lo contrario en las zonas calientes de la capital.
En el distrito de Podilsky, el más peligroso por la cantidad de misiles que han caído, se escuchaban muy nítidos los sonidos de los tiroteos provenientes de los combates. Nadie puede ya entrar a los bosques porque están repletos de minas antipersonales.
Las dudas
Por todo eso, por esa ambivalencia, los sentimientos callejeros son contradictorios. Para los Kevitas, Biden prometiendo cosas no representa siquiera una esperanza. Están ajenos a la discusión y convencidos de que la guerra por lo menos durará un mes más. Un mes más de fase activa, de enfrentamientos y bombardeos, y quizás luego una larga meseta de tensiones repartidas en el tiempo.
Nadie en la calle se anima a decir que Ucrania está acompañada. Agradecen a Polonia y a los Bálticos por el apoyo transmitido pero saben que no cuentan con nada que prometa la OTAN. En ese sentido, la visita de Biden a Bruselas y su inminente llegada a Polonia, este viernes, tienen a quienes viven a pocos kilómetros de los tiros completamente ajenos.
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