El Gobierno nacional decidió, la semana pasada, financiar con $ 6.000 millones la formación de los choferes de camiones, así como la construcción de paradores para camiones en las principales rutas.
Ese dinero provendrá, según el decreto firmado por el presidente Fernández, del impuesto a los combustibles, a través de un fondo que previamente estaba asignado al ferrocarril.
Las crónicas periodísticas describieron esta decisión como una concesión de Fernández hacia el sindicalista Hugo Moyano, quien colocó hombres propios en puestos claves del Ministerio de Transporte nacional.
Nadie puede cuestionar la necesidad de que los jóvenes que aspiran a ser camioneros se formen bien, que tengan institutos profesionales a su alcance y salgan a las rutas con todos los conocimientos necesarios para la actividad. Pero no deja de llamar la atención la cifra y la forma en que se asigna.
La Argentina tiene, desde 2005, una ley de Educación Técnico Profesional que regula cómo debe ser esa enseñanza en los niveles Secundario, Superior y Formación Profesional. A lo largo del país, hoy hay 1.578 escuelas secundarias técnicas, a las que van 611.000 alumnos, más 820 terciarios técnicos y 1.082 Centros de Formación Profesional, según lo registrado en el Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET). El presupuesto para el área es de $ 19.000 millones.
Taller. Estudiantes de la escuela técnica 7 de Quilmes, especializada en aeronáutica, trabajan en la reparación de un motor. FOTO JUAN MANUEL FOGLIA
Aun considerando que una parte del subsidio a los camioneros va a la construcción de paradores, el nuevo “Sistema Integrado de Mejora y Profesionalización del Autotransporte de Cargas” recibirá unos $ 6.000 millones anuales (de acuerdo a lo que se recaude), casi el 30 % del total de la educación técnico profesional de todo el país.
Si bien siempre es bueno que se sume inversión para la formación profesional conviene preguntarse si la de los camioneros está enmarcada dentro de las políticas generales para el sector del Estado argentino. También si es un área estratégica a desarrollar o acaso no hay otras más prioritarias.
La formación técnica y profesional resulta cada vez más relevante en un mundo que vive continuos cambios impulsados por la tecnología. No vendría mal interrogarnos si le estamos prestando la suficiente atención. Y si no es necesario abrir un profundo debate sobre cómo mejorarla: por ejemplo, cómo crear escuelas y terciarios técnicos que sean atractivos para los jóvenes hoy y que contribuyan al desarrollo del país del mañana.
