Payton S. Gendron tiene sólo 18 años y va a pasar el resto de su vida en la cárcel. El sábado, Payton llegó a las 14.30 al estacionamiento del Tops Friendly Market, en un barrio predominantemente negro de la ciudad de Buffalo, estado de Nueva York, y con chaleco antibalas, casco, ropa militar y un fusil de asalto comenzó a disparar, transmitiendo todo en vivo por Twitch. Antes de ser detenido, alcanzó a matar a 10 personas y herir a otras tres.
El adolescente había posteado poco antes que creía que los compradores del supermercado querían “reemplazar étnicamente a mi propia gente”. Payton es blanco, claro, y no hacía más que repetir una teoría que ya había impulsado una masacre en una sinagoga de Pittsburgh en 2018 (11 muertos); otra en un Walmart de El Paso, Texas, en 2019 (23 muertos); dos tiroteos en mezquitas de Christchurch, Nueva Zelanda, también en 2019 (50 muertos); y un ataque en Noruega en 2011 (70 muertos).
El gran reemplazo es una hipótesis conspiranoica de la extrema derecha que nació a partir de una novela distópica, de 1973, del francés Jean Raspail: El desembarco (El campamento de los santos, su título original), en la cual la cultura occidental colapsa por una masiva inmigración desde el Tercer Mundo. Y que tomó forma política con la publicación, en 2012, justamente de El gran reemplazo, de Renaud Camus. En síntesis, dice que, como los negros, latinos, árabes y otros tienen más hijos que los blancos, eventualmente prevalecerán.
En Estados Unidos prendió más que en ningún otro lugar. De hecho, el presentador de Fox News Tucker Carlson, quien conduce el programa de noticias más visto del país, la mencionó de una u otra manera más de 400 veces en su show, tal como demostró una investigación de The New York Times. Para Carlson, los demócratas y “otras elites” buscan forzar un cambio demográfico a través de la inmigración para asegurarse el poder.
En un panfleto de 180 páginas atribuido al joven asesino de Buffalo -cargado de mensajes de odio, antisemitismo, racismo, un mapa del lugar de la matanza, la planificación paso a paso de la ejecución, incluso las armas elegidas-, el autor justifica su masacre por este supuesto plan para “erradicar la población blanca”, organizado por banqueros, judíos y “la izquierda”.
En ese mismo “manifiesto”, Gendron elogia a la Argentina. Dice que somos el único país “blanco” del mundo con una tasa de natalidad suficiente como para mantener la predominancia de esa raza. Es tal su ignorancia y estupidez que ni siquiera sabe que la enorme mayoría de nosotros allá seríamos “latinos”, según la catalogación racial -y racista- que es norma en Estados Unidos.
No Javier Milei, por cierto. El diputado se autodefinió el sábado, en la Feria del Libro, como “hombre blanco rubio y de ojos celestes”. Más allá de la curiosa percepción que tiene de su propio color de pelo, el libertario dijo que no sentía vergüenza por ello y que tampoco pediría perdón por “tener pene”. Hablaba de su decisión, en el eventual caso de llegar a la Presidencia, de terminar con el Ministerio de la Mujer y con el Inadi.
No se refería sólo a las estructuras burocráticas, sobre las que se puede discutir si engordan un Estado ya bastante obeso y si convendría que tomaran otra forma administrativa. Amparándose en que el liberalismo defiende antes que nada al individuo, Milei dijo que por propiedad transitiva se defienden las minorías. “Cuando la izquierda es derrotada en 1989… Te inventan una pelea entre hombres y mujeres, blancos y gente de color y supuestas defensas de minorías”, sostuvo en un reportaje con Infobae.
En un país sin violencia racial, ese es un discurso que toca una nota peligrosamente cercana a la de los supremacistas blancos y la alt-right, que firmarían sin dudar esas frases, así como su justificativo: el rechazo al “marxismo cultural”.
Ignorar que las minorías precisan ser protegidas y que ello resulta un mandato básico en una república democrática resulta paradójicamente totalitario. Sin embargo, no es nuevo para los más acérrimos liberales criollos terminar pensando igual que los peores conservadores.
Que muchas dirigentes feministas sean fanáticas kirchneristas -y en consecuencia parciales con sus posiciones- no quiere decir que el feminismo no deba existir. Lo mismo con las discriminaciones de las que debería proteger a la sociedad un Inadi menos partidario. Ni hablar del resguardo de los derechos humanos. Un auténtico liberal sería el primero en defender estos valores.
Las frases entre efectistas y escandalosas han sustentado buena parte de la hasta el momento exitosa carrera política del diputado que se autodefine libertario, más allá de su verdadera profundidad ideológica. Por ahora, a Milei parece no importarle que esa sea exactamente la receta del buen dirigente populista, de izquierda… o de derecha.
