En estos días el Papa Francisco ha canonizado al ex militar francés, el pequeño hermano Carlos de Foucauld, quien fue asesinado el primero de diciembre de 1916 en el desierto del Sahara por un grupo de Tuareg, tribu nómade, presente en esas zonas del continente africano.
El Hermano Carlos muere durante la Primera Guerra Mundial y su elección va contra tendencia respecto a su contexto histórico. El joven francés queda literalmente fascinado por la figura de Jesús, sobre todo por sus primeros treinta años de “vida oculta” del joven profeta de Nazaret.
Su proceso de transformación existencial es prodigioso: de una vida militar honesta y con intereses geográficos, llega a encontrar en la figura de Jesús su modelo de vida, hasta dedicar su vida a los olvidados de la tierra, a los nómades del desierto del Sahara.
Dice el Papa Francisco en la “Fratelli tutti” en referencia al Hermano Carlos: “persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos”. Y agrega: “Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en el desierto africano”.
De Foucauld nos indica hoy un camino distinto al que nuestras sociedades fragmentadas parecen recorrer al crecer en una cultura del enemigo y de la competitividad, donde al final el otro siempre es considerado un adversario, alguien para destruir, alejar, aplastar, humillar y no un hermano. Justamente identificándose con los últimos, con los más pobres, llegó a ser hermano de todos, como afirma el pontífice.
El sueño de la fraternidad universal no es una mera utopía sino un camino que hoy, en un tiempo tan convulsionado como el nuestro, necesitamos como el pan. La guerra en Ucrania, las tantas guerras olvidadas de África, nos obligan a una reflexión sobre esta cultura “cainista” (que suprime al hermano), que se va afirmando en nuestras sociedades.
El Hermano Carlos expresaba su deseo de considerar a cualquiera ser humano como hermano. Aprender a convivir con quien es distinto, construir lazos de amistad, como él realizó con el mundo musulmán es un mensaje profundamente actual en tiempo de enfrentamientos y de divisiones. Su vida pobre y austera es una indicación frente a una cultura consumista y del despilfarro.
Su ejemplo de vida ha fructificado en los años con el nacimiento de experiencias religiosas masculinas y femeninas que han practicado el modelo de la convivencia y del compartir con los más pobres.
Las pequeñas hermanitas de Foucauld y la Fraternidad masculina de los Pequeños Hermanos han prosperado en nuestro país. Y también vivieron los tiempos de persecución durante la dictadura militar, como sucedió al religioso Mauricio Silva, quien compartió su vida con los barrenderos de Buenos Aires y fue secuestrado y desaparecido en 1977.
Compartir y convivir con los pobres construye una sociedad más humana y más inclusiva y nos ayuda a construir la paz. Este es el mensaje fuerte y contundente de Hermano Carlos: ser realmente hermano de todos. El encuentro y el conocimiento del otro empuja al diálogo y cuando crecen las palabras desaparecen las armas y las hostilidades. Hermano Carlos, amante de la Palabra, nos indica el camino a emprender con confianza y esperanza.
Marco Gallo es Director de la Cátedra Pontificia en la Universidad Católica Argentina (UCA). Miembro de la Comunidad de Sant’Egidio de Buenos Aires.
Otras noticias
