Más allá de que Alberto Fernández le atribuye a un malicioso juego de edición de palabras la confirmación que dejó en una entrevista con la Televisión Española, cuando aseguró que “definitivamente” aspira a ir por la reelección, lo que se interpretó como un lanzamiento en medio de su gira por Europa generó cierta expectativa en su entorno, que en medio de una feroz interna con Cristina Kirchner lo presiona para que dé señales de autonomía de cara a lo que resta de su mandato pero también rumbo a 2023.
Pero, a poco más de un año de las PASO, ni hasta el más optimista de los albertistas está convencido de que el Presidente esté en condiciones de ir en busca de un nuevo mandato. “Falta mucho y nos falta mucho“, repiten. No sólo por la cifra de inflación incontenible que arroja cada mes el INDEC y los problemas sin resolver de la macroeconomía, como la escasez de dólares, que impiden ver un escenario claro de recuperación sostenible en el tiempo. Son escollos políticos y partidarios los que, en el marco de diferencias que asoman irreconciliables con Cristina, visualizan en su tropa.
La falta de un armado propio, que canalice formalmente lo que en los medios se conoce como “albertismo” pero que nunca llegó a nacer como estructura que impulse orgánicamente al Presidente, es uno de ellos. Con la idea de no irritar a su vice, Fernández obturó cualquier intento de su entorno de formalizar un espacio que lo apuntalara en los momentos de zozobra. No quería alimentar la desconfianza del kirchnerismo y tampoco sufrir los cortocircuitos que, en el marco de una coalición, genera tener que responder por cada uno de los suyos que tuviera un cruce con un referente de otra tribu. El caso del ministro de Economía, Martín Guzmán, enfrentado y sin poder echar al subsecretario de Energía camporista, Federico Basualdo, es un claro símbolo de lo que buscó evitar a mayor escala.
Así, por ejemplo, fueron varios los integrantes del -ahora revitalizado- Grupo Callao que se desencantaron con la falta de escucha de quien durante dos años había sido mentor de un debate horizontal en el peronismo y crítico de la dos veces mandataria. El jefe de Estado, mientras, se abrazaba al kirchnerismo y les daba la espalda a la construcción de lo propio.
Ante ese aislamiento y la frase del cacique de La Cámpora Andrés Larroque, cuando acusó al Presidente de querer “gobernar con cinco amigos”, hay una broma instalada en el Gobierno. “El Cuervo exagera… ojalá fuera con tantos”, ironiza un dirigente que se jacta de haberle dicho al Presidente “desde el día 1 que el peronismo no perdona al que puede y no quiere conducir”.
Según la mirada de quienes esperan señales claras de autonomía, que Fernández sea presidente del PJ Nacional no alcanza. Tampoco el intento de algunos sindicalistas al impulsar actos masivos en apoyo a Fernández no alcanza. Al cabo, hubo varios en estos dos años y medio de gestión: de la CGT, auspiciado por Héctor Daer para apuntalar a su “amigo”, de los movimientos sociales, como el Evita, que buscó ser contrapeso de La Cámpora, y de intendentes alineados con la Casa Rosada.
La preocupación tiene que ver con que, al final del camino, la falta de una estructura sólida que pueda dar ciertas garantías en la competencia generará que Cristina actúe como un polo de atracción y termine absorbiendo a hasta los peronistas más detractores de los K. “Hoy todos van a vender que lo apoyan porque tiene la lapicera y fondos (para repartir), pero el año que viene el teléfono va a sonar menos. Y el día que sale la primera encuesta seria, ya no suena más”, sintetiza con crueldad un incondicional del mandatario.
Fernández sabe bien de lo que le hablan: es algo parecido a lo que le ocurrió a Florencio Randazzo en 2017, de quien fue jefe de campaña, cuando perdió el apoyo de buena parte del PJ bonaerense que lo impulsaba.
En los gobernadores, que por la dinámica de la gestión y cierta estrategia de diferenciación que hacen con el kirchnerismo parecen más cercanos a Alberto F. que a Cristina, tampoco puede apoyarse. Los altos niveles de disconformidad llevan a que la mayoría haya decidido desdoblar las elecciones. Y, en todos los casos, saben que tendrán a La Cámpora en la mesa de negociación de las listas si es que quieren evitar candidatos propios de la mano de la vice.
Es curioso porque en la economía, lo que aceleró el ataque K, es donde se sustenta la expectativa de Fernández de ir por la reelección. Tras 4 años de gestión de Mauricio Macri y dos signados por la pandemia, el mandatario cree que si a fin de este año comienza a visualizarse un sendero de una economía normalizándose, como le gusta decir a Guzmán, sus chances de aspirar a otro mandato crecerán sin necesidad del visto bueno de Cristina.
Aventuran que se propone algo parecido al quiebre de Néstor Kirchner con Eduardo Duhalde en las Legislativas de 2005, cuando el por entonces Presidente al que acompañaba como jefe de Gabinete rompió con la supremacía del caudillo bonaerense en el PJ, con apoyo de sectores medios que se habían beneficiado por la recuperación económica. Para muchos es una apuesta demasiado ambiciosa teniendo en cuenta, entre otras cuestiones, lo lejano que aparece un shock en la economía y la diferencia en el peso específico entre la figura del lomense y Cristina.
Con todo, el único que en plena interna a cielo abierto que afronta el Frente de Todos apoyó enérgicamente al jefe de Estado y desafió a Cristina a que “se presente y compita en las elecciones” fue Aníbal Fernández, un ultrakirchnerista reconvertido en ferviente albertista desde que se sumó al Gabinete. “El Presidente se ganó el derecho a competir por la reelección y voy a acompañar esa decisión”, dijo. Nadie, entre los más íntimos del Presidente, sabe cuál es el objetivo final de la jugada del ministro de Seguridad que por momentos les suena exagerada. “No importa lo que quiera (lograr), por ahora suma”, dicen que se le escuchó decir al mandatario.
