En estos años que vengo viendo Finales de la NBA con los Warriors como protagonistas nunca falta el ritual. En la previa de cada juego, casi una hora y media antes, Stephen Curry ensaya esos tiros tan variados -algunos locos como se viralizan en las redes- y de larga distancia. Más tarde, durante los partidos y ya vestido con el uniforme de jugador, la estrella de Golden State ejecuta ese amplio repertorio ofensivo. Nada es casualidad. Curry comienza lanzando flotadoras, luego ganchos, después con pie cambiado y una mano, sigue lanzando tras dribbling y continúa desde los 8 y 9 metros. Tirando y tirando sin parar. Hace una pausa, va a la línea de foul y después nuevamente sigue probando al aro, pero ya saliendo de cortinas imaginarias y así hasta finalizar su mismo ritual de calentamiento en cada juego.
El viernes a la noche, en el TD Garden de Boston, plasmó en cancha todo lo ensayado en la previa y fue incontrolable para los Celtics, dando la sensación que cada balón que pasaba por sus manos tenía destino seguro de conversión.
Lo corren, le juegan físico de inicio, buscan negarle salidas de bloqueos e intentan no soltarlo jamás, pero Curry sigue demostrando ser un experto en recibir el balón, en cortinas directas e indirectas. Para colmo de males, siempre lo persiguen, pero de atrás. Nunca le cortan el bloqueo ni le neutralizan su movimiento en círculo negando la línea de pase. Si el jugador grande sale, se escurre con un dribbling de protección cortito y escapa de cualquier intención de frenarlo. Si le cambian, los mueve de tal manera que causa un trastorno a su asignación.
Stephen Curry entra en bandeja. (Reuter)
Cuando pasa, continúa y en movimiento vuelve a recibir. No hay manera de negarle una posesión. Siempre, y con mayor porcentaje -mérito suyo-, se las rebusca para recibir y sentenciar con cualquiera de los lanzamientos descritos anteriormente. Curry hizo 43 puntos en el episodio 4 de las Finales en los que los Warriors les ganaron a los Celtics por 107-97 para igualar la serie 2-2 y recuperar la ventaja de la localía. Pero eso no fue lo más llamativo, convirtió esos 43 puntos lanzando 26 tiros solamente. Maravilloso.
Golden State no solo sobresalió por su labor individual. También tuvo una defensa colectiva que fue una telaraña para cualquier jugador perimetral que intentara atacar el cesto. Los dos equipos defienden de una misma manera, controlan bien el balón (salvo a Curry, claro) y saltan a todo tipo de ayudas. La diferencia está en que los dirigidos por Steve Kerr son más veloces en recuperar y muchas recuperaciones se traducen en el robo del balón con una fascinante técnica del uso de los brazos. Del otro lado, Boston confunde el camino ofensivo en muchas posesiones. Van hacia el aro y culminan siempre forzando los tiros. En esta serie, de acuerdo con el biotipo de los cinco iniciales en cancha (prácticamente con un solo interior), merece que en cada penetración exista el pase abierto y extra para castigar dicha acción antes de que culmine la ayuda defensiva.
Boston chocó este viernes contra una multitud de piernas y brazos en cada ataque. Al verse atrapados por las defensivas, los de Ime Udoka volvieron a sufrir muchas pérdidas que en su mayoría se tradujeron en respuestas ofensivas a cancha abierta, el terreno donde más cómodos se sienten los Warriors.
Stephen Curry suelta el balón ante la marca de Marcus Smart. (AP)
Más allá de la tarea del hombre de la noche, fue inquietante lo de Jordan Poole. Es un mini Curry. Con solo 22 años, su velocidad y su capacidad para la toma de decisiones son increíbles. A veces sorprende hasta sus propios compañeros por la rapidez con la que tira. Los dos en cancha causan CAOS.
Obvio que Klay Thompson, poco a poco, va entrando en la serie y su presencia merece extremada atención, como la de sus dos compañeros. Si a eso se le suma Andrew Wiggins, ya la sintonía ofensiva es mortal. Los espacios aparecen al ser tan gravitante el resto del perímetro. El único que da ventaja y alivio defensivo es Draymond Green, que a mí gusto jugó nuevamente muy mal y con demasiados minutos en campo. Él no mira el aro y sus lanzamientos carecen de convicción. Se nota cada noche que pasa.
Wiggins y Thompson, en la faz defensiva, borraron literalmente del campo a Jaylen Brown y mucho más a Jayson Tatum, las figuras de los Celtics. Fue clave para construir una defensa sólida apoyada en esas asignaciones individuales y apuntalada por las ayudas colectivas.
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Thompson le pone la tapa a Derrick White. (AP)
Boston dejó pasar una grandísima oportunidad, pero no fue una mala noche. Fue exclusivamente mérito de Golden State, que no le permitió alcanzar volumen ofensivo y en muchas posesiones los invito a tiros mal tomados y forzados. JUGO INCÓMODO BOSTON.
Esto sigue, nuevamente se traslada a San Francisco, donde otra vez los Celtics pondrán a prueba su carácter y estadística, esa que le hace volver después de un mal resultado o juego.
Se pusieron bárbaras las Finales de la NBA y el tiempo dirá quien pueda ajustar de la mejor manera sus ataques. Los Warriors dependen demasiado de su estrella Stephen Curry y los Celtics necesitan de su fluidez ofensiva, esa de jugar más y de adentro hacia afuera y no desde el perímetro hacia el aro. La mesa está servida.