En una desigual carrera contra reloj, el ministro de Economía, Sergio Massa, aguarda que en algún momento de junio el FMI dé señales de conceder el anticipo de fondos pedido con insistencia desde la Argentina.
El escenario es muy delicado, con un Banco Central sin reservas y un mercado acechando para forzar una devaluación de alto calibre que el gobierno se niega a convalidar. «Sin orden político, no hay orden económico», repitió Massa en la última semana, en una señala al Frente de Todos pero también a los mercados.
Si hubiese que juzgar la magnitud de la emergencia por la mirada transmitida al mundo por el presidente de Brasil, un aliado como Lula Da Silva, la Argentina afronta niveles de «destrucción» provocados por su brutal endeudamiento.
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Como casi siempre sucede, la crisis económica encuentra a la alianza gobernante en un momento de debilidad política. Esa debilidad quedó más que clara esta semana, cuando la vicepresidenta Cristina Kirchner brindó su primera entrevista en seis años para mostrarse ajena a los errores cometidos y sinsabores padecidos por esta administración.
Fue raro escuchar a la dirigente hablando casi como si estuviera en la oposición, salvo en el momento en que aceptó que Massa «agarró una papa caliente».