Tenemos una tendencia a invisibilizar la relevancia que tienen los gobiernos locales en la calidad de vida de cada uno de nosotros. Muchas veces, al momento de analizar las particularidades de nuestro país ahondamos en la situación macroeconómica y perdemos de vista que nuestra existencia diaria se juega en la calidad de nuestros intendentes.

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La suposición que en la Casa Rosada o en el Congreso de la Nación anidan todos los problemas y soluciones agudiza nuestra miopía centralista. Es imprescindible desterrar la idea de gobierno local como “gobierno pequeño” y trabajar en el desarrollo de sus capacidades.

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La reforma constitucional de 1994 nos trajo una revolución institucional virtuosa. Uno de los cambios más notables fue la elevación de los municipios al rango constitucional, reconociéndolos como sujetos que gozan de autonomía; compartiendo esa mirada descentralizadora, me gustaría que reflexionemos juntos sobre tres dimensiones que me parecen interesantes de la situación local: su influencia en la calidad de vida, su relevancia en la democrática y su importancia en las condiciones de desarrollo.

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Los responsables de los gobiernos locales son políticos de cercanía que conocen los problemas de sus ciudades y si les toca administrar pueblos, es muy probable que conozcan el problema que le aqueja a cada uno sus vecinos. Esa característica resulta transformadora si es utilizada correctamente.

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