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Hace 25 años, a las doce y veinte minutos del 31 de agosto de 1997 la vida de los príncipes William y Harry cambiarían para siempre, su madre, la princesa Diana de Gales y Dodi Al Fayed fueron víctimas de un grave accidente de tráfico en el puente d’Alma de París, cuando el chófer perdió el control del coche en el que se desplazaban. Dodi murió en el acto, mientras que Diana sobrevivió inicialmente pero con graves contusiones. Diana y Dodi habían abandonado la suite del hotel Ritz de París para escapar de los paparazzi, que les esperaban en las inmediaciones.

En aquel momento, la reina Isabel II se encontraba en Balmoral, su castillo en Escocia. Dos horas después del accidente, su vicesecretario privado la despertó y le informó del suceso. La reina se vistió rápidamente y acudió a una habitación donde había una televisión para seguir las noticias. Su hijo, el príncipe Carlos, también se unió a ella en el saloncito. Carlos y Diana se habían divorciado dos años antes, aunque la princesa seguía siendo conocida como «Princesa de Gales».

El príncipe Carlos, en estado de shock, decidió actuar rápidamente y llamó a su secretario privado, Mark Bolland, para que organizara su viaje a Francia. Carlos ordenó que le preparasen un avión para viajar al país galo. Sin embargo, poco después llegó la triste noticia de que Diana había fallecido. A pesar de que la relación entre Carlos y Diana había sido tumultuosa, desde su divorcio se habían acercado y el príncipe estaba devastado.

Después de la noticia, Carlos acudió a la habitación de su hijo mayor, William, y juntos fueron a despertar al pequeño Enrique, conocido como Harry. En el Palacio de Buckingham y en Balmoral se desató una actividad frenética, pero la reina en un primer momento se mostró reacia a movilizar aviones oficiales, ya que Diana ya no formaba parte de la familia real. Sin embargo, Carlos se negó rotundamente a que su exmujer no regresara a Inglaterra en un avión de la Corona. Por primera vez, defendió a Diana, lo que debió haber hecho desde el principio.

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Isabel II no pareció comprender la dimensión de lo que estaba ocurriendo y en un primer momento pensó que se trataba de un tema privado. Antes de que sus nietos bajaran a desayunar, la reina había dado órdenes de retirar todas las televisiones y radios de palacio y de no exponer periódicos en las mesas. Informa Voces Críticas.

El día después de la muerte de Diana, en Buckingham se organizó una reunión para preparar el funeral. La reina defendía que debía ser privado, una ceremonia en la capilla de los Spencer o, como mucho, un pequeño responso en Windsor. Sin embargo, nadie estaba de acuerdo y se organizó un gran funeral de Estado para la princesa, ya que la reacción del público era tan masiva que cualquier cosa inferior habría provocado graves altercados.

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En las calles de Londres, la tensión aumentaba conforme las multitudes se agolpaban exigiendo medidas urgentes para contener el enojo del público. La reina Isabel, quien se encontraba refugiada en Balmoral, parecía haber subestimado la magnitud de la situación. Fue gracias a la presión ejercida por la prensa que Isabel finalmente entendió la magnitud del error cometido y convocó de inmediato a su equipo a una reunión de emergencia. Los periódicos de Gran Bretaña, incluso los más respetuosos con la monarquía, publicaron portadas muy críticas con la reina el jueves.

El viernes por la tarde, tras aterrizar en la capital, Isabel pudo apreciar en toda su magnitud la gravedad de la situación. Miles de personas se congregaron en las calles, llorando a lágrima viva y depositando gigantescas alfombras de flores enfrente de los palacios. Para darle la vuelta a la situación, la reina tuvo que mostrar valentía, astucia y determinación. Finalmente, Isabel cedió a todas las demandas del público, hablando a la nación, abriendo los parques reales y permitiendo el funeral público, incluso inclinándose ante el ataúd de Diana de Gales. Esta experiencia cambió para siempre el rumbo de su reinado y la Corona británica.

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/Fuente Voces Criticas