Cuando una mosca se posa en tu comida, su interacción con ella va más allá de la simple incomodidad que puede causar. La mayoría de las moscas, que superan las 110,000 especies conocidas, no tienen dientes y no pueden masticar alimentos sólidos. En su lugar, utilizan partes bucales que funcionan como una pajita esponjosa.
Al posarse en la comida, necesitan expulsar jugos digestivos para transformarla en una especie de sopa predigerida que puedan tragar. En otras palabras, casi todas las moscas llevan una dieta líquida para poder consumir más alimento. Por ello, estos insectos regurgitan el alimento en burbujas de “vómito” para que se seque un poco y, una vez que parte del líquido se ha evaporado, pueden consumirlo de manera más concentrada.
Los seres humanos, por otro lado, no necesitamos realizar este proceso de expulsar y regurgitar para obtener los nutrientes de nuestra comida. Sin embargo, producimos una enzima en nuestra saliva llamada amilasa, que predigiere parte del pan mientras masticamos. Esta enzima descompone el almidón en azúcares simples, lo que da lugar a un sabor más dulce.